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sábado, 7 de diciembre de 2013

EL MITO DE NELSON MANDELA QUE NADA TIENE QUE VER CON LA CABRONA REALIDAD CUBANA!!!








Las incoherencias de ciertas grandezas.

Por Ondina León ©

Los medios de difusión están de plácemes: ha muerto un hombre grande. Con la necrofilia que los caracteriza y la superficialidad endémica que los corroe, estos medios se aprestan a canonizar a Nelson Mandela en un aquelarre que tiene de fiesta, rumba y guaguancó, y lanzan titulares tremendistas y excluyentes, como uno que reza “Miami deja atrás la controversia con Mandela para celebrar su legado”. Sin embargo, creo que el momento se presta para reflexionar y debatir, aunque, claro, con el cáncer galopante de la corrección política, nadie se atreve, en estos momentos de luto y de lata, a mencionar, ni por accidente, alguna mancha en este “Sol de Sudáfrica”, en el ya llamado “Padre de la Patria”. 
Siempre he tenido una relación de amor-odio con Mandela. Si bien he admirado y respetado su acción y su heroísmo contra un régimen tan injusto y oprobioso como el apartheid, también he detestado su amistad y su alianza con dictadores terroristas —perdón por la redundancia, porque todo dictador, de derecha, de izquierda o centro, es un terrorista— y su absoluto desprecio y silencio por causas tan válidas como la resistencia y lucha de ciertos pueblos, como el cubano, contra las dictaduras que los oprimen, los expolian y los masacran. Porque, eso sí, Mandela siempre fue fiel a sus “amigos” que apoyaron su lucha con armas, asesores, financiamiento, campañas mediáticas y alianzas políticas. No sólo los admiró y los respetó, sino que también, ya en el poder, los condecoró sin escrúpulos, tanto a Yasser Arafat, como a Muamar El-Kadafi y a Fidel Castro, entre otros “líderes”, que no estadistas.
Hasta donde sé, Mandela nunca alzó su voz contra la dictadura de los Castro, a los que siempre abrazó como a sus hijos, mientras estos imponía el peor apartheid de América Latina, ese en que los cubanos era (y son) discriminados y segregados y no podían ni entrar libremente a un hotel, en su propio país, por razones de origen nacional y porque eran los descastados sin dólares, el vil metal del “enemigo”. Mandela pedía en foros internacionales el levantamiento del embargo estadounidense contra “Cuba”, pero jamás pidió el fin del embargo que tiene, desde hace 55 años, la mafia castrista contra los derechos básicos, humanos y civiles, de los cubanos, de todos, sin distinción de raza. 
Mientras Mandela se convertía en un símbolo mundial en su lucha por los derechos de los negros en su país, el imperialismo castrista los masacraba en sus campañas africanas —Angola, Etiopía, Mozambique, etc.—, porque enviaba mayoritariamente a los negros cubanos como carne de cañón, bajo el lema del “internacionalismo proletario”. Mientras, los generales castristas, como el fusilado Ochoa, financiaban sus operaciones “libertadoras” traficando con diamantes, drogas, maderas preciosas y hasta petróleo, amén del “rubloducto” que el imperio soviético sostenía abierto para la isla caribeña, en el abrumador marco de la Guerra Fría. ¿Cuántos muertos, heridos y traumatizados le costó a Cuba la aventura legionaria castrista? Creo que Mandela nunca se hizo esta pregunta. 
El líder sudafricano es el típico ejemplo del político o guía, carismático y heroico, que justifica los medios por tal de alcanzar sus objetivos, por eso se vuelve tan vulnerable a la hora de ser juzgado por la historia. Las incoherencias de su grandeza dejan una estela patética de falta de ética y de respeto por los derechos humanos, más allá de la cuestión étnica. Porque la libertad y la dignidad humana se la merece tanto un negro sudafricano como un negro o un blanco cubano, un árabe libio o un blanco de Zimbabue, el reino del sangriento dictador Robert Mugabe, amigo entrañable (¡qué sorpresa!) de los emperadores Castro I y Castro II. 
Si bien el mundo tiene sus razones para llorar la muerte de Mandela, creo que sobran sinrazones también para lamentar su falta de autoridad moral, su falta de escrúpulos y su afinidad con la peor crápula mundial. Podrán canonizarlo ahora, pero jamás me hincaré de rodillas ante su altar.


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