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sábado, 12 de julio de 2014

LOGRO PASAR BOMBAS Y EXPLOSIVOS POR LA ADUANA HABANERA!!.OTRA FABULA DE LA TIRANIA??

Entre explosivos y pacotilla

 

 

 

 




En 1997, en dos ocasiones, el terrorista Raúl Ernesto Cruz León colocó explosivos en hoteles habaneros. ¿Cómo le fue posible pasar todo ese material por la aduana?
Maritza, una excajera del Servi-Cupet Riviera, sito en las calles Paseo y Malecón en el Vedado capitalino, rememora que en la mañana del 12 de julio de 1997 —hace 17 años— recibieron una inquietante llamada telefónica. 
El interlocutor informó que en los hoteles Capri y Nacional habían estallado sendas bombas hacía pocos minutos. De esta manera alertaba a todo el personal a que se alejaran rápidamente de cualquier bolsa de compras abandonada en las áreas del garaje porque podía explotar. 
"En efecto", cuenta  Maritza, "al revisar el centro comercial se detectó un 'paquete sospechoso' y el descubrimiento  hizo cundir el pánico entre los presentes, pronto se escucharon gritos, algazaras, corre-corre y se armó tremendo sal pa'fuera". 
Felizmente, el envoltorio resultó ser inofensivo y el acontecimiento no pasó del susto. Sin embargo, exacerbó una incógnita: ¿Cómo es posible que en un lapso de tiempo tan breve, las autoridades ya conocieran el modus operandi del terrorista salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León?
Cruz León arribó al aeropuerto José Martí el 10 de julio, y  a pesar de los "férreos controles" traspasó sin contratiempos la barrera aduanera portando varias cargas de explosivos pentrita (pent) de alto poder, más adelante tomó un taxi y se encaminó al hotel Ambos Mundos localizado en el Centro Histórico de la capital, adonde se hospedó. 
Ya en la habitación, chequeó la carga letal y luego de hacer una preliminar exploración de los sitios escogidos, regresó a al hotel para introducir cuidadosamente en una mochila los explosivos, baterías, detonantes y temporizadores.
Después de dirigirse al lavabo del lobby del hotel Capri para programar el retardo de la explosión, colocó una "bolsa de compra premiada" tras un sofá y se retiró para realizar la misma labor en el hotel Nacional, distante a solo dos cuadras.
Los estallidos casi simultáneos sorprendieron a Cruz León bajando los escalones de la entrada del hotel Nacional, y aprovechando la confusión logró caminar inadvertido hasta la intersección de las calles O y 19, donde abordó un bici-taxi  (triciclo que solo desarrolla la velocidad de 5 km/hora).
Viajó hasta el hotel Plaza, situado en las proximidades del parque Central y desde allí regresó caminando al Ambos Mundos. Tiempo después el terrorista tomó un avión y se largó del país.
Las explosiones dejaron un saldo de 4 lesionados leves: 3 turistas extranjeros y una ciudadana cubana. Los daños materiales ascendieron a 36.000 dólares. 
El 2 de septiembre del propio año —dos meses después— Cruz León regresó a La Habana y de nuevo superó los controles aduaneros con otra carga altamente explosiva, pero esta vez camuflada dentro de un televisor.
Por segunda ocasión, el terrorista acometía su misión en los hoteles Copacabana, Chateau-Miramar, el complejo Neptuno-Tritón y el restaurante La Bodeguita del Medio. 
El estallido del Copacabana causó la muerte del turista italiano Fabio Di Celmo, a consecuencia de una herida en la yugular. Varios trabajadores cubanos sufrieron sordera transitoria y los daños materiales ascendieron a 152.000 dólares.
Escasas horas después, Cruz León fue atrapado in fraganti en un taxi particular que transitaba por la calle Infanta entre San José y San Rafael. De allí lo condujeron a la Dirección de Instrucción Penal de la Seguridad del Estado en Villa Marista.
Llamó la atención que no fue necesario divulgar la foto del terrorista a través de los medios audiovisuales con el objetivo de emprender una cacería humana. Según la versión oficial, Cruz León no reveló haber colocado una bomba en La Bodeguita del Medio (estalló varias horas después, cerca de las 12:00 am y no se reportaron víctimas),  pero la irresponsabilidad lo incriminó aún más.  
Lo chocante de la afirmación es que un trabajador del restaurant alegó ante los medios "haber visto al terrorista lanzar un paquete detrás de un refrigerador", pero nadie se molestó en llamar a la policía. El centro turístico continúo laborando con normalidad y atestado de comensales.
Sin dudas, la muerte de Fabio Di Celmo provocó un estruendo mediático. El régimen de La Habana volvía a colgarse el cartel de víctima del terrorismo. 
Desde hacía un año la administración del dictador Fidel Castro era blanco del repudio internacional por el derribo de dos aviones civiles en aguas internacionales. 
Raúl Ernesto Cruz León fue juzgado sumariamente y condenado a la pena capital, pero el cumplimiento de la sentencia fue aplazado.
La maldita culpa no la tiene nadie
"Soy de la opinión de que la Aduana General de la República carga con la responsabilidad de que los explosivos utilizados por el terrorista Cruz León hayan sido introducidos en el país", sentencia un exoficial del sector aduanero que solicitó el anonimato.
"Los detectores de bombas y la técnica canina para detectar explosivos estaban disponibles en el aeropuerto ―asevera― de ahí a que los oficiales encargados no las utilizaran como estaba establecido ya es otra cosa. Para nadie es un secreto que la corrupción y la sed de pacotilla de los aduaneros les hacían descuidar sus deberes".
"Es incuestionable la culpabilidad del sector aduanero en la muerte de Fabio Di Celmo. Pero la negligencia fue apañada, todos los jefes en su mayoría oficiales de las FAR y el MININT tenían que ser inculpados", continúa.
Y añade: "La jefatura de la Aduana se hace de la vista gorda ante los actos de corrupción, su indiferencia estimula el hostigamiento contra los cubanoamericanos  que arriban al país  procedentes de EE UU, a quienes extorsionaban y despojaban de sus pertenencias".
"Los decomisos proporcionan a los trabajadores de la Aduana y otras unidades del MININT, la posibilidad de hacerse de buena ropa, efectos electrodomésticos y otras pacotillas", afirmó.
José René ―un cubano americano― cuenta que hace algunos años, al arribar al aeropuerto José Martí, el control aduanal quería incautarle dos reproductores de DVD que trajo consigo para regalárselos a su madre y hermana.
"Insistí y traté de persuadirlos pero los oficiales se mostraban reacios. Tras agotar todos los recursos diplomáticos lancé los equipos contra el piso y con varios pisotones les aplasté y arrojé al cesto de basura, luego les dije: '¡los rompí, porque son míos y los compré con mi dinero!'"
"Se pusieron furiosos. En aquel instante yo era el principal objeto de atención en todo el aeropuerto y algunos oficiales  abandonaron sus deberes para rodearme. Supongo que durante el altercado cualquiera de los recién llegados pudo pasar drogas, explosivos y hasta un dinosaurio si les daba la gana."
"Después me condujeron a una oficina donde me retuvieron varias horas, incluso, se me amenazó con devolverme a EEUU, pero no lo hicieron, todo fue un paripé para intimidarme."
"La propia verticalidad del régimen los pone en entredicho ―asegura un exfuncionario que solicitó el anonimato― Sería disparatado considerar que un aprendiz de terrorista como Cruz León haya podido burlar a la Seguridad del Estado, amén de todas las tropelías ocurridas en el aeropuerto por donde metió los explosivos descaradamente".
Aunque las posteriores reconstrucciones de los hechos plantean que Cruz León debió "evadir"  las zonas cubiertas por las cámaras de vigilancia ―algo no probado―, es de suponer que la Seguridad del Estado analizara los vídeos tomados desde todos los ángulos y, de seguro, la imagen de Ernesto Cruz León irrumpió en los monitores de ambos hoteles y coincidió con los horarios en que ocurrieron las explosiones.
Del mismo modo se presume que las autoridades confirmaron el modus operandi del terrorista a través del vídeo y, por tales razones dieron la voz de alarma a todos los establecimientos de las corporaciones CIMEX, Cubalse, TRD-Caribe y las cadenas hoteleras.
La foto capturada del terrorista pudo enviarse vía fax a todos los aeropuertos del país e igualmente divulgarse a través de los medios audiovisuales ―recurso catalogado de tabú en Cuba— pero no se realizó a pesar de la "presumible urgencia por atraparlo".
Si Cruz León hubiera sido un asesino profesional no hubiera dejado tantas evidencias. Resulta disparatado que dos meses después regresara a La Habana para hacer la misma fechoría y con el mismo procedimiento, incluso a sabiendas que su fotografía podía estar circulada por las autoridades. 
La táctica y estrategia empleada para su detección ―fue apresado dentro de un taxi particular— remueve las sospechas de que los sabuesos de la policía política ya estaban sobres sus pasos desde hacía rato. 
"Soy de la opinión que la Dirección de Inteligencia cubana tenía bastante información sobre Cruz León, sus vínculos con Francisco Chávez Abarca "El Panzón" y Luis Posada Carriles lo convertían en un personaje interesante", afirma el exfuncionario. 
"Una explosión, que solo causara daños materiales y lesiones leves a algunas personas no tenía suficiente peso específico para el montaje anhelado por la dirección política del país.  Los efectos sublimes que se necesitaban para desencadenar una soberbia campaña internacional, requería mártires, y el desdichado Fabio Di Celmo puso el muerto", apuntó. 
Y concluye: "Las explosiones ocurridas en La Habana destapan más dudas que respuestas. Que al terrorista Cruz León le dejaran actuar libremente o no, corresponde al universo de las conjeturas. Pero resulta absurdo que un enorme aparato represivo que  se vanagloria haber desarticulado más de 600 atentados contra Fidel Castro fuera tan ineficaz".

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